¿QUE SOY UNA...QUÉ? 1º Capítulo
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PRÓLOGO
Me llamo Susana Melers y hasta hace unos meses mi vida era bastante normal. Soy secretaria en una de las mil quinientas inmobiliarias que colapsan la ciudad, odio a muerte a mi jefe. Que es un maldito gordo seboso, que se pasa el día contando chistes machistas e intentando tocarme el culo. Estoy loca por uno de los chicos de contabilidad que aunque pueda parecer un freak por su profesión es todo lo contrario pero él, no sabe ni que existo. Lo que me lleva a mi vida personal, en el terreno amoroso acabo de ser abandonada por mi cuarto novio. Un bastardo gorrón y anormal, que ha tenido la cara de dejarme por una mujer más vieja pero con más dinero que yo. Después de estar saliendo durante seis meses, tres días, y cuatro horas.
Y mi familia…mi familia son un atajo de ###### que se han pasado la vida mintiéndome, ocultándome información, infravalorándome y callándose un pequeño y simple aunque definitivamente importante detallito. Todas las mujeres de mi familia se convierten en brujas al cumplir los treinta.
Capítulo 1 ó A punto de cumplir 29 el principio del fin.
Mi vida era muy normal, muy tranquila, hasta ordinaria podría decirse. Y todo fue así hasta que llegó la semana en la que cumplía los veintinueve años
Muchos opinan que los treinta son el principio del fin, pero yo no estoy para nada de acuerdo. Cuando cumples los veintinueve, la gente se pasa todo un año repitiéndote hasta la saciedad y el asquea-miento que sólo te falta un año para llegar a los treinta. Que a los treinta las mujeres ya no somos tan jóvenes, que si no tienes un novio a los treinta se te pasará el arroz, ect,ect,ect.
Así que allí estaba yo, a lunes veinticinco de octubre, temiendo que llegara el día treinta y de ir al trabajo porque ya el “gordo seboso” (entiéndase por mi jefe) me había hecho una de sus ingeniosísimas bromas sobre la edad de las mujeres el viernes anterior. Broma que por cierto casi me hizo vomitar.
Bueno, lo cierto es que para no desvariar y alejarnos del tema central de esta historia creo que lo mejor es que os haga un croquis de cómo fueron los acontecimientos de esa semana. Fueron más o menos así:
Lunes 25 de octubre: Me levanto a la misma hora de siempre y mientras tomo mí acostumbrado tazón de cereales con fibra, medito sobre la posibilidad de fingir que estoy enferma, de cualquier cosa terriblemente contagiosa y me escaqueo de ir al trabajo. Automáticamente me veo asaltada por unas enormes nauseas que desaparecen en el momento que deseo fervientemente que lo hagan.
Una hora y media después llego al trabajo, donde el “gordo seboso” intenta sin éxito tocarme el culo, hace uno de sus repugnantes chistes y me da la charla por haber llegado tarde, veo a David al ir a la sala de fotocopias ¡Está taaaan bueno!
A las cuatro llego a casa, y delante de mi puerta me encuentro a los perros de mi vecina de al lado. Cualquiera que lea esta parte pensará que este hecho no es que sea excesivamente importante. Lo es si tú vecina está loca y vive con ocho perros, cuatro dobermans, dos pastores alemanes, un mastín, y un san Bernardo. Al san Bernardo y los pastores alemanes, incluso al mastín lo podría haber sobrellevado. Pero los cuatro dobermans… eso es demasiado hasta para mí. No podía entender por qué estaban allí ¿Quién los había llevado, dónde estaba la loca de su dueña, y por qué en nombre de Dios estaban sentados en la puerta de mi casa, mirándome como estatúas?
Después de pasarme cerca de diez minuto llamando a la puerta de mi vecina y otros veinte intentando que las bestias se movieran de delante de la puerta, conseguí que el san Bernardo se moviera lo suficiente como para que el resto de sus compañeros actuaran por imitación y me dejaran acceder a mi casa.
Martes 26 de octubre: Vuelvo a hacer mi acostumbrado desayuno rico en fibra, pero hoy por si las moscas, no pienso en enfermedades infecciosas, ni contagiosas, ni desagradables, ni nada por el estilo. Sin embargo, no puedo olvidarme de la escena del día anterior ¿Seguirían los perros aún en la puerta de mi casa? El día anterior había ido a comprobarlo casi cada hora y media y las bestias no se habían movido de su lugar. A las nueve de la noche, pude escuchar como la loca de mi vecina los llamaba inútilmente porque los chuchos no se movieron ni un ápice.
Bueno ese día volví a ir al trabajo, y cómo dato anecdótico ya que tampoco pasó nada fuera de lo común. Mi coche, no sólo se puso en marcha a la primera, si no que aparqué casi delante de la puerta de mi oficina, sin tener que dar ni una sola vuelta. El “gordo seboso” ese día no fue a trabajar. ¡Vale, sí, lo admito! Me daba miedo desear ponerme enferma, así que desee que se pusiera enfermo él. También desee volver a encontrarme con David y ains (suspiro soñador con angelitos revoloteadores y corazoncitos y estrellitas incluidos) lo vi a la hora del almuerzo. Estaba súper guapo con una camisa blanca que destacaban sus maravillosos pectorales, y la corbata y el pantalón color gris marengo, su preciosa cabellera negra azabache, estaba perfectamente peinada a la moda y sus blanquísimos dientes masticaban la comida en una perfecta y fascinante sincronía.
Al llegar a casa, tenía la esperanza de que los perros de la vecina loca no estuvieran otra vez en mi portal. Mi gozo cayó en un pozo, porque no sólo estaban los perros de la loca, también estaban; Chuleta el chihuahua de mi vecina Carolina, Joey el podenco de los López y Paco el chucho de los Smith. Tooodos ellos delante de mi portal y a mi toda esta situación empezaba a ponerme los bellos de punta.
Miércoles 27 de octubre: Estoy acojonada, he decidido no volver a desear nada, ni siquiera a pensar que pudiera querer algo en toda mi vida.
Esta mañana me he despertado con una fuerte crisis alérgica. Soy alérgica al polvo y en las estaciones secas lo paso especialmente mal. Por lo que entre estornudo y estornudo he pensado en lo fantástico que sería que se pusiera a llover y de ese modo el ambiente se refrescara un poco. Dos segundos y medio después de pensar eso, saltó la alarma anti incendio, inundando el salón y echando a perder mi precioso sofá. Y sí, los perros seguían todos allí. No voy a trabajar porque tengo que esperar a los del seguro.
Jueves 28 de octubre: El fatídico día se acerca inexorablemente, me despierto con una presión en el pecho, que de no haber sido justo en el centro del mismo y haberlo identificado como un ataque de ansiedad. Me hubiera llevado corriendo al ambulatorio más cercano (soy algo hipocondríaca, y hace poco vi un documental sobre “Qué hacer si se sufre un infarto” Desde entonces siento pavor a sufrir uno)
Me llama mi amiga Lou y entre grititos y risitas, me recuerda que ya me queda menos para cumplir veintinueve y mientras la escucho, no hago más que preguntarme por qué después de tanto tiempo seguimos siendo amigas.
Voy a trabajar en un estado de profunda depresión, el día me acompaña porque está nublado y lluvioso. Lo que me hizo pensar que todos los meteorólogos del país estaban terriblemente equivocados. Ya que habían denominado a este, “El Octubre más seco de los últimos cincuenta años” La verdad es que no me importa demasiado que se equivoquen, con mi estado de ánimo lo último que necesito es un día de resplandeciente sol.
Al llegar al trabajo el “Gordo Seboso” tampoco está, eso hace que mi humor mejore un poco y como siempre que puedo, antes de ocupar mi puesto detrás de mí escritorio procuro pasarme por la parte contable a ver si puedo ver aunque sea de lejos a David.
Suelto mis cosas, me quito el abrigo y cojo el ascensor del final del pasillo, mientras me dirijo a él no hago más que pensar en David. ¿Qué llevará puesto? ¿Cómo irá peinado? ¿Llevara esa colonia que tanto me gusta? Sé que puede parecer patético, incluso obsesivo mi interés por él. Pero es que es taaaaaan mono.
El ascensor se abre y cual no será mi sorpresa al encontrarme de frente y casi chocar ¡Con el mismísimo David!
* * * *
Llegados a este punto, creo que mi encuentro con el amor de mi vida, con el hombre más maravilloso que pueda existir en el mundo mundial se merece un capítulo aparte. Pero como no tengo tiempo, haremos un simple inciso para daros algunos detalles y que os imaginéis más o menos como fue.
Cuando vi a David allí parado, tan serio, tan guapo, tan arreglado, tan embriagador. Sentí que me fallaban las fuerza en las piernas, mi corazón comenzó a latir desbocadamente (en esta ocasión me importaba bastante poco estar sufriendo un infarto. Si podía morir cerca de David, moriría tranquila) y un montón de campanitas y trompetas comenzaron a resonar en mis oídos.
Al entrar hice un esfuerzo sobre humano para poder caminar poniéndome a su lado y no saltarle encima rogándole que me hiciera suya. Y mientras yo me debatía entre hacer algún comentario ingenioso o lamerle y besarle el cuello, él se volvió en todo su esplendor y entonces pronunció las cuatro palabras más maravillosas que jamás había escuchado en mi vida.
-Tú eres secretaria, ¿no?
En ese instante mi cerebro y todo mi sistema nervioso se colapsó, con todas las veces que había soñado que llegara este momento, el momento en el que por fin David, se percatara de que existo. Cuando llegó el momento me quedé congelada, y sólo pude responder con un ahogado.
-SÍii-Señor, ese sí parecía más el cacaero de una gallina a la que están apretando el cuello. Que la respuesta de una persona.
Después de tan brillantísima intervención y de que David volviera a mirar al frente, desee por una fracción de segundo que la tierra me tragara. Cosa que evidentemente corregí de inmediato ya que después de lo del salón de mi casa bien podríamos habernos matado en ese ascensor.
* * * *
Al llegar a mi casa y después de sortear a toooodos los perros que volvieron a congregarse en la entrada de mi casa (ya ni siquiera los contaba, no estaba de humor, pero puedo casi asegurar que había más de quince. Aquello era de locos) Lo primero que hice después de colgar mi bolso y la chaqueta en el perchero, fue comprobar mis mensajes ya que la lucecita roja del contestador no paraba de parpadear. No sé porque cojones lo hice.
-Susi nena, soy mamá. Tu padre y yo queríamos saber si te importaría que invitáramos a la tía Tula a tú fiesta de cumpleaños.
¡Alto ahí! ¿Quién ha dicho que habría una fiesta? Yo no quiero celebrar mi cumpleaños ¿Por qué, en nombre de todos los santos querría celebrar nadie que cumple veintinueve años? Y menos que nadie ¡Yo!
Siguiente mensaje:
-Sus, soy Lou, ya he mandado todas las invitaciones, pero me falta por saber si prefieres que tú tarta de cumpleaños sea de chocolate blanco o chocolate con leche. Llámame en cuanto escuches este mensaje, me corre prisa saberlo.
¡Que no quiero celebrar mi cumpleañooooooooooooooos! ¿Es qué todo el mundo se había vuelto imbécil? ¿En qué momento se decidió que YO daría una fiesta? ¿Cuándo me han consultado a MÍ nada sobre dar una fiesta? Y ¿De quién ha sido la maldita idea? ¿Qué quiere decir eso de que ha mandado “todas las invitaciones”?
Siguiente mensaje:
-Su monada, soy Albert…
Borro el mensaje sin terminar de escucharlo, lo último que necesito en estos momentos es escuchar la voz de ese sapo repugnante. Pierdo medio segundo de mi tiempo en recordar su despreciable cara y no puedo evitar preguntarme ¿Qué cojones vi en él para que saliéramos juntos durante seis meses?
Después de todas esas llamadas vuelvo a estar muy deprimida, el día entero ha sido un asco, así que me voy a la cama temprano. Mientras escucho el sonido de la lluvia al golpear el cristal de la ventana.
Viernes 29 de octubre: Comienza la cuenta atrás: Esa mañana me desperté completamente agobiada, pensaba llamar al trabajo y decirles que no podía ir a trabajar alegando el “Síndrome pre-veintinueve cumpleaños” Eso o decir que me había dado una reacción alérgica a algún alimento ingerido en las anteriores veinticuatro horas (he dicho que diría, no que desearía. Después de lo que había pasado durante toda la semana no me pensaba arriesgar, aunque no creo que hubiera sido tan mala idea. Así al menos me libraría de la jodida fiesta)
Termino mi desayuno rico en fibra, me doy una ducha, me coloco mi viejo chándal y salgo a pasear por el parque (Puede que si llamas al trabajo alegando estar enferma, el salir a pasear y que puedan verte no sea lo más inteligente. Pero es que sencillamente me sentía incapaz de permanecer encerrada) Cuando voy camino del parque, me percato de que todo el mundo me mira entre asombrados y divertidos. Algunos hasta tienen la cara de señalarme con el dedo ¿Qué pasa, es que nunca han visto a una mujer joven en chándal? Vale que no soy la mujer más hermosa del planeta, ni la más estilosa, y que este chándal me marca un poco demasiado el trasero. ¡Pero no creo que sea razón suficiente para que vayan señalando! De repente escucho a un niño pequeño que le dice a su madre:
-Mira mami, ¡Un desfile de perritos!
¿Un desfile de qué? Me giro sin entender muy bien de que hablaba ese crio y me quedo anonadada. ¡Todos los puñeteros perros que habían hecho guardia delante de la puerta de mi casa en la última semana, estaban andando detrás de mí en fila india! Estaban todos y hasta puede que alguno más, aquello no me podía estar pasando. Si salir a pasear por el parque cuando has dicho en el trabajo que estás enferma es una mala idea. Hacerlo con un desfile de perros detrás de tuya es aún peor.
Tenía que hacer algo, no podía seguir paseándome por el pueblo con una legión de perros detrás de mí. Tras considerar mis opciones intenté varias cosas:
Intenté asustarlos:
-¡Fuera, fuera bichos, Iros a vuestra casa!-Mientras les gritaba agitaba los brazos arriba y abajo con la esperanza de que se asuntaran.
No surtió efecto, los perros se paraban al mismo tiempo que yo y se sentaban esperando pacientemente a que yo reiniciara mi marcha. Es más, creo que si fuera posible que los perros se rieran, estos lo habrían hecho.
Intenté usar la violencia (más o menos, es que me daban penita) Cogí un palo e hice el ademán de ir a golpearlos. Fracasé miserablemente ¡Es que eran muy monos!
Viendo que las actuaciones drásticas no funcionaban, decidí ser considerada aún más rara y dialogar con ellos.
-Por favor, de verdad ¿Os importaría iros a vuestra casa? Intento pasar desapercibida ¡Y me lo estáis poniendo muy difícil!¾La imperturbable mirada de los canes siguió siendo así, imperturbable.
De manera que hice lo único que no había intentado, que realmente hubiera querido hacer desde el principio. Salí corriendo.
Si alguna vez pensaste que habías visto algo cómico y surrealista es que no me has visto a mí corriendo y gritando como una loca por todo el parque con una manada de perros detrás. Cuanto más corría yo, más corrían ellos ( podrás pensar que el hecho de que yo corriera más que los perros es ciertamente improbable a menos que yo sea una campeona olímpica de los cien metros lisos. Pero lo cierto es que misteriosamente los perros no parecían interesados en superarme, sólo querían seguirme allí donde yo fuera) y al ver que me seguían corriendo yo me asusté y comencé a gritar.
-¡Dejarmeeeeeee! ¡Irooooos, por favoooor!
Y cuanto más gritaba yo, más ladraban ellos. Desesperada por hacer que esa surrealista situación cambiara no se me ocurrió otra cosa que esconderme en la caseta del parque infantil (vale, ya sé que eso no tiene sentido, ni pies, ni cabeza. ¿Pero qué lo tenía en toda esa historia?) Así que allí estaba yo una mujer adulta de casi veintinueve años, vestida con chándal, sudada por tanto correr y con una cría no mayor de cuatro años mirándome alucinada, como si me hubiera salido dos cabezas más.
-Hola pequeña, ¿Te lo estás pasando bien?
La niña rubia (porque no sé si lo he dicho antes, pero era una niña de anuncio: rubia, ojos azules, vestida de pies a cabeza de rosa) se limitó a mover la cabeza afirmativamente. El hecho de que yo estuviera allí encogida y avergonzada, tuvo que ser todo un impacto para ella. En eso se me ocurrió que esta niña tan mona podría servirme de espía del exterior y avisarme cuando las bestias se dieran por vencidas.
-Veras monilla, necesito que me hagas un favor muy, pero que muy importante. Fuera hay unos perros muy pesados y me estoy escondiendo de ellos. ¿Te importaría asomarte y decirme si ya se han ido?
La niña que era todo un encanto, asomó su pequeña carita por la ventana, y si la había visto sorprendida, no había palabras para describir su cara cuando se asomó a dicha ventana. Sólo diré que no conseguía cerrar la boca, y que pasado casi un minuto, no hacía más que mirarme y mirar por la ventana completamente alucinada. O mucho me temía o mis amigos estaban por la zona. Tras varios minutos más escondida decidí reuní el valor suficiente y animarme a mirar. ¡No me lo podía creer! ¡Estaba rodeada! Todos los perros que me habían seguido por media ciudad ahora estaban sentados alrededor de la casa, mirándola fijamente y claro está toda la gente que estaba en el parque y que me habían seguido al verme correr como una posesa también estaba allí.
-Cariño-le dije a la niña-creo que es mejor que salgas y te vayas con tú mamá.
La niña bendita sea, me hizo caso inmediatamente y allí me quedé yo sola, sin saber qué hacer y completamente abochornada. Tenía que salir de allí, pero ¿Cómo? ¿Cómo salir sin que todas esas bestias comenzaran a ladrar y seguirme de nuevo, o sin que toda persona viviente se diera cuenta de que el motivo de que todos esos perros estuvieran allí era yo? ¡Ojala se pusiera a llover! ¡Siii, eso es! Si deseaba que se pusiera a llover, tal y como se había desarrollado la semana, caerían chuzos de punta.
Me agaché, cerré fuertemente los ojos y lo desee con todas mis fuerzas.
Que se ponga a llover, que se ponga a llover, por favor, por favor, por favor ¡Que se ponga a llover!
No había terminado de pensarlo cuando se desencadenó la madre de todas las tormentas, un manto de agua cayó sobre el parque, el sonido de truenos hicieron retumbar la caseta y el la luz de relámpagos inundo el cielo.
Como es evidente todo el mundo salió corriendo para guarecerse. Por si te lo preguntabas, no, los perros seguían allí. Pero ya no me importaba, salí de la caseta permitiendo que la lluvia me empapara. Ya no me preocupaba que una docena de perros me siguiera a todas partes, ni que el simple hecho de desearlo con fuerzas hubiera (presumiblemente) provocado una tormenta aparentemente imposible. Lo único que sabía es que el agua helada caía por mi cara y mi cuerpo y que me sentía liberada.
Comencé a reírme completamente feliz, solté mi pelo de la cola de caballo que lo tenía sujeto y giré sobre mi misma con la cara vuelta hacía el cielo. ¡Dios, que bien me sentía! Al mirar a mi alrededor los chuchos estaban haciendo lo mismo y giraban sobre sí mismos, realizaban divertidas cabriolas y piruetas ¡Todo era genial!
-Bueno chicos, ya que no pensáis dejarme tranquila ¿Qué os parece si volvemos a casa?
Cuando me dirigía a mi casa, completamente empapada y con una jauría de perros pisándome los talones, me pareció ver a un hombre entre los árboles. Fue una fracción de segundo, pero juraría que también lo había visto sonreír.
Sábado 30 de octubre, EL PRINCIPIO DEL FIN: Cuando era pequeña, el día de mí cumpleaños mi madre preparaba un desayuno especial (generalmente tortitas con sirope de chocolate, me encantan las tortitas con sirope de chocolate) y ella, mi padre y mi hermana mayor me despertaban cantándome cumpleaños feliz. Era el único día en el que yo era cien por cien protagonista, me dejaban desayunar en la cama, mamá preparaba mi comida favorita y se me permitía hacer todas aquellas cosas que durante el resto del año, o bien se me tenían prohibida o provocaba una mirada reprobadora en el rostro de mi madre. Ese día también venía mi abuela Minerva y nos llevaba a mi hermana Mery y a mí al parque, nos contaba historias de cuando mamá o ella eran pequeñas, y después de la fiesta de la tarde, justo antes de irse de casa siempre me hacía la misma pregunta. Susi, ¿Te sientes distinta?¿Te ha pasado este año algo fuera de los normal? Decididamente este año tendría que decirle lo diferente que me sentía.
Como ya no estaba mí madre para que me hiciera tortitas, en lugar de tomar mí acostumbrado tazón de cereales rico en fibras, me lie la manta a la cabeza y saqué del fondo del armario de la cocina un paquete de galletas oreo bañadas en chocolate negro, me prepare un enorme vaso de leche y me dispuse a disfrutarlas.
La primera temida llamada del día llegó cuando apenas había pasado las diez y media de la mañana.
-Susi nena ¡Feliz cumpleaños! ¡Ya tienes veintinueve añazos!
En serio ¿De verdad es necesario añadía la palabra añazos (que no creo ni siquiera exista) a la de veintinueve? ¿Es qué no tienen compasión?
-Hola mamá, buenos días a ti también, gracias por felicitarme tan efusivamente.
-Oh cariño ¡No hay porque darlas!
Vale, mi madre es incapaz de pillar una sutileza y mucho menos una ironía, ni aunque ésta le estalle en la cara.
-¿Qué planes tienes para hoy cariño?
Vale, en este momento podría decirle que pienso quedarme todo el día encerrada en mi casa, con mi suministro de chucherías, comida basura y chocolate. Mientras leo una novela romántica, o veo alguna comedía romántica (señor, que patética soy) No obstante, como es mi madre, la quiero, no quiero herirla y además sé de sobra que si le dijera algo así se colaría en mi casa y me sacaría a rastras le digo:
-Pues ahora mismo estoy desayunando, después voy a darme una ducha de una hora y media, me voy a acicalar. Y después he quedado para comer con Lou en el centro, antes de acudir a la fiesta.
-Genial tesoro, te esperamos en el club social¾Sí, la fiesta es en el club social de mis padres. Es la única concesión que logré tras discutir con todos ellos más de media hora. Nada de fiesta de cumpleaños en MÍ casa¾ponte muy guapa, hemos invitado a algunos solteros.
Jodeeer, Señor si estás ahí arriba, mátame antes de que pase por ese calvario (una vez dicho eso, recuerdo el episodio del parque) ¡No Señor, no he dicho nada! ¿Vale? Nada de nada.
-Mamá, prométeme que intentarás liarme con el hijo de ninguna de tus amigas. Por favor.
-Oh cariño tengo que dejarte. Acaba de llegar tú abuela, te veré esta noche.
Genial, ahora no sólo acudiré a una fiesta que no quiero. Además tendré que pasarme la noche rehuyendo a los posibles candidatos de mi madre ¿Podría ser peor?
Me llamo Susana Melers y hasta hace unos meses mi vida era bastante normal. Soy secretaria en una de las mil quinientas inmobiliarias que colapsan la ciudad, odio a muerte a mi jefe. Que es un maldito gordo seboso, que se pasa el día contando chistes machistas e intentando tocarme el culo. Estoy loca por uno de los chicos de contabilidad que aunque pueda parecer un freak por su profesión es todo lo contrario pero él, no sabe ni que existo. Lo que me lleva a mi vida personal, en el terreno amoroso acabo de ser abandonada por mi cuarto novio. Un bastardo gorrón y anormal, que ha tenido la cara de dejarme por una mujer más vieja pero con más dinero que yo. Después de estar saliendo durante seis meses, tres días, y cuatro horas.
Y mi familia…mi familia son un atajo de ###### que se han pasado la vida mintiéndome, ocultándome información, infravalorándome y callándose un pequeño y simple aunque definitivamente importante detallito. Todas las mujeres de mi familia se convierten en brujas al cumplir los treinta.
Capítulo 1 ó A punto de cumplir 29 el principio del fin.
Mi vida era muy normal, muy tranquila, hasta ordinaria podría decirse. Y todo fue así hasta que llegó la semana en la que cumplía los veintinueve años
Muchos opinan que los treinta son el principio del fin, pero yo no estoy para nada de acuerdo. Cuando cumples los veintinueve, la gente se pasa todo un año repitiéndote hasta la saciedad y el asquea-miento que sólo te falta un año para llegar a los treinta. Que a los treinta las mujeres ya no somos tan jóvenes, que si no tienes un novio a los treinta se te pasará el arroz, ect,ect,ect.
Así que allí estaba yo, a lunes veinticinco de octubre, temiendo que llegara el día treinta y de ir al trabajo porque ya el “gordo seboso” (entiéndase por mi jefe) me había hecho una de sus ingeniosísimas bromas sobre la edad de las mujeres el viernes anterior. Broma que por cierto casi me hizo vomitar.
Bueno, lo cierto es que para no desvariar y alejarnos del tema central de esta historia creo que lo mejor es que os haga un croquis de cómo fueron los acontecimientos de esa semana. Fueron más o menos así:
Lunes 25 de octubre: Me levanto a la misma hora de siempre y mientras tomo mí acostumbrado tazón de cereales con fibra, medito sobre la posibilidad de fingir que estoy enferma, de cualquier cosa terriblemente contagiosa y me escaqueo de ir al trabajo. Automáticamente me veo asaltada por unas enormes nauseas que desaparecen en el momento que deseo fervientemente que lo hagan.
Una hora y media después llego al trabajo, donde el “gordo seboso” intenta sin éxito tocarme el culo, hace uno de sus repugnantes chistes y me da la charla por haber llegado tarde, veo a David al ir a la sala de fotocopias ¡Está taaaan bueno!
A las cuatro llego a casa, y delante de mi puerta me encuentro a los perros de mi vecina de al lado. Cualquiera que lea esta parte pensará que este hecho no es que sea excesivamente importante. Lo es si tú vecina está loca y vive con ocho perros, cuatro dobermans, dos pastores alemanes, un mastín, y un san Bernardo. Al san Bernardo y los pastores alemanes, incluso al mastín lo podría haber sobrellevado. Pero los cuatro dobermans… eso es demasiado hasta para mí. No podía entender por qué estaban allí ¿Quién los había llevado, dónde estaba la loca de su dueña, y por qué en nombre de Dios estaban sentados en la puerta de mi casa, mirándome como estatúas?
Después de pasarme cerca de diez minuto llamando a la puerta de mi vecina y otros veinte intentando que las bestias se movieran de delante de la puerta, conseguí que el san Bernardo se moviera lo suficiente como para que el resto de sus compañeros actuaran por imitación y me dejaran acceder a mi casa.
Martes 26 de octubre: Vuelvo a hacer mi acostumbrado desayuno rico en fibra, pero hoy por si las moscas, no pienso en enfermedades infecciosas, ni contagiosas, ni desagradables, ni nada por el estilo. Sin embargo, no puedo olvidarme de la escena del día anterior ¿Seguirían los perros aún en la puerta de mi casa? El día anterior había ido a comprobarlo casi cada hora y media y las bestias no se habían movido de su lugar. A las nueve de la noche, pude escuchar como la loca de mi vecina los llamaba inútilmente porque los chuchos no se movieron ni un ápice.
Bueno ese día volví a ir al trabajo, y cómo dato anecdótico ya que tampoco pasó nada fuera de lo común. Mi coche, no sólo se puso en marcha a la primera, si no que aparqué casi delante de la puerta de mi oficina, sin tener que dar ni una sola vuelta. El “gordo seboso” ese día no fue a trabajar. ¡Vale, sí, lo admito! Me daba miedo desear ponerme enferma, así que desee que se pusiera enfermo él. También desee volver a encontrarme con David y ains (suspiro soñador con angelitos revoloteadores y corazoncitos y estrellitas incluidos) lo vi a la hora del almuerzo. Estaba súper guapo con una camisa blanca que destacaban sus maravillosos pectorales, y la corbata y el pantalón color gris marengo, su preciosa cabellera negra azabache, estaba perfectamente peinada a la moda y sus blanquísimos dientes masticaban la comida en una perfecta y fascinante sincronía.
Al llegar a casa, tenía la esperanza de que los perros de la vecina loca no estuvieran otra vez en mi portal. Mi gozo cayó en un pozo, porque no sólo estaban los perros de la loca, también estaban; Chuleta el chihuahua de mi vecina Carolina, Joey el podenco de los López y Paco el chucho de los Smith. Tooodos ellos delante de mi portal y a mi toda esta situación empezaba a ponerme los bellos de punta.
Miércoles 27 de octubre: Estoy acojonada, he decidido no volver a desear nada, ni siquiera a pensar que pudiera querer algo en toda mi vida.
Esta mañana me he despertado con una fuerte crisis alérgica. Soy alérgica al polvo y en las estaciones secas lo paso especialmente mal. Por lo que entre estornudo y estornudo he pensado en lo fantástico que sería que se pusiera a llover y de ese modo el ambiente se refrescara un poco. Dos segundos y medio después de pensar eso, saltó la alarma anti incendio, inundando el salón y echando a perder mi precioso sofá. Y sí, los perros seguían todos allí. No voy a trabajar porque tengo que esperar a los del seguro.
Jueves 28 de octubre: El fatídico día se acerca inexorablemente, me despierto con una presión en el pecho, que de no haber sido justo en el centro del mismo y haberlo identificado como un ataque de ansiedad. Me hubiera llevado corriendo al ambulatorio más cercano (soy algo hipocondríaca, y hace poco vi un documental sobre “Qué hacer si se sufre un infarto” Desde entonces siento pavor a sufrir uno)
Me llama mi amiga Lou y entre grititos y risitas, me recuerda que ya me queda menos para cumplir veintinueve y mientras la escucho, no hago más que preguntarme por qué después de tanto tiempo seguimos siendo amigas.
Voy a trabajar en un estado de profunda depresión, el día me acompaña porque está nublado y lluvioso. Lo que me hizo pensar que todos los meteorólogos del país estaban terriblemente equivocados. Ya que habían denominado a este, “El Octubre más seco de los últimos cincuenta años” La verdad es que no me importa demasiado que se equivoquen, con mi estado de ánimo lo último que necesito es un día de resplandeciente sol.
Al llegar al trabajo el “Gordo Seboso” tampoco está, eso hace que mi humor mejore un poco y como siempre que puedo, antes de ocupar mi puesto detrás de mí escritorio procuro pasarme por la parte contable a ver si puedo ver aunque sea de lejos a David.
Suelto mis cosas, me quito el abrigo y cojo el ascensor del final del pasillo, mientras me dirijo a él no hago más que pensar en David. ¿Qué llevará puesto? ¿Cómo irá peinado? ¿Llevara esa colonia que tanto me gusta? Sé que puede parecer patético, incluso obsesivo mi interés por él. Pero es que es taaaaaan mono.
El ascensor se abre y cual no será mi sorpresa al encontrarme de frente y casi chocar ¡Con el mismísimo David!
* * * *
Llegados a este punto, creo que mi encuentro con el amor de mi vida, con el hombre más maravilloso que pueda existir en el mundo mundial se merece un capítulo aparte. Pero como no tengo tiempo, haremos un simple inciso para daros algunos detalles y que os imaginéis más o menos como fue.
Cuando vi a David allí parado, tan serio, tan guapo, tan arreglado, tan embriagador. Sentí que me fallaban las fuerza en las piernas, mi corazón comenzó a latir desbocadamente (en esta ocasión me importaba bastante poco estar sufriendo un infarto. Si podía morir cerca de David, moriría tranquila) y un montón de campanitas y trompetas comenzaron a resonar en mis oídos.
Al entrar hice un esfuerzo sobre humano para poder caminar poniéndome a su lado y no saltarle encima rogándole que me hiciera suya. Y mientras yo me debatía entre hacer algún comentario ingenioso o lamerle y besarle el cuello, él se volvió en todo su esplendor y entonces pronunció las cuatro palabras más maravillosas que jamás había escuchado en mi vida.
-Tú eres secretaria, ¿no?
En ese instante mi cerebro y todo mi sistema nervioso se colapsó, con todas las veces que había soñado que llegara este momento, el momento en el que por fin David, se percatara de que existo. Cuando llegó el momento me quedé congelada, y sólo pude responder con un ahogado.
-SÍii-Señor, ese sí parecía más el cacaero de una gallina a la que están apretando el cuello. Que la respuesta de una persona.
Después de tan brillantísima intervención y de que David volviera a mirar al frente, desee por una fracción de segundo que la tierra me tragara. Cosa que evidentemente corregí de inmediato ya que después de lo del salón de mi casa bien podríamos habernos matado en ese ascensor.
* * * *
Al llegar a mi casa y después de sortear a toooodos los perros que volvieron a congregarse en la entrada de mi casa (ya ni siquiera los contaba, no estaba de humor, pero puedo casi asegurar que había más de quince. Aquello era de locos) Lo primero que hice después de colgar mi bolso y la chaqueta en el perchero, fue comprobar mis mensajes ya que la lucecita roja del contestador no paraba de parpadear. No sé porque cojones lo hice.
-Susi nena, soy mamá. Tu padre y yo queríamos saber si te importaría que invitáramos a la tía Tula a tú fiesta de cumpleaños.
¡Alto ahí! ¿Quién ha dicho que habría una fiesta? Yo no quiero celebrar mi cumpleaños ¿Por qué, en nombre de todos los santos querría celebrar nadie que cumple veintinueve años? Y menos que nadie ¡Yo!
Siguiente mensaje:
-Sus, soy Lou, ya he mandado todas las invitaciones, pero me falta por saber si prefieres que tú tarta de cumpleaños sea de chocolate blanco o chocolate con leche. Llámame en cuanto escuches este mensaje, me corre prisa saberlo.
¡Que no quiero celebrar mi cumpleañooooooooooooooos! ¿Es qué todo el mundo se había vuelto imbécil? ¿En qué momento se decidió que YO daría una fiesta? ¿Cuándo me han consultado a MÍ nada sobre dar una fiesta? Y ¿De quién ha sido la maldita idea? ¿Qué quiere decir eso de que ha mandado “todas las invitaciones”?
Siguiente mensaje:
-Su monada, soy Albert…
Borro el mensaje sin terminar de escucharlo, lo último que necesito en estos momentos es escuchar la voz de ese sapo repugnante. Pierdo medio segundo de mi tiempo en recordar su despreciable cara y no puedo evitar preguntarme ¿Qué cojones vi en él para que saliéramos juntos durante seis meses?
Después de todas esas llamadas vuelvo a estar muy deprimida, el día entero ha sido un asco, así que me voy a la cama temprano. Mientras escucho el sonido de la lluvia al golpear el cristal de la ventana.
Viernes 29 de octubre: Comienza la cuenta atrás: Esa mañana me desperté completamente agobiada, pensaba llamar al trabajo y decirles que no podía ir a trabajar alegando el “Síndrome pre-veintinueve cumpleaños” Eso o decir que me había dado una reacción alérgica a algún alimento ingerido en las anteriores veinticuatro horas (he dicho que diría, no que desearía. Después de lo que había pasado durante toda la semana no me pensaba arriesgar, aunque no creo que hubiera sido tan mala idea. Así al menos me libraría de la jodida fiesta)
Termino mi desayuno rico en fibra, me doy una ducha, me coloco mi viejo chándal y salgo a pasear por el parque (Puede que si llamas al trabajo alegando estar enferma, el salir a pasear y que puedan verte no sea lo más inteligente. Pero es que sencillamente me sentía incapaz de permanecer encerrada) Cuando voy camino del parque, me percato de que todo el mundo me mira entre asombrados y divertidos. Algunos hasta tienen la cara de señalarme con el dedo ¿Qué pasa, es que nunca han visto a una mujer joven en chándal? Vale que no soy la mujer más hermosa del planeta, ni la más estilosa, y que este chándal me marca un poco demasiado el trasero. ¡Pero no creo que sea razón suficiente para que vayan señalando! De repente escucho a un niño pequeño que le dice a su madre:
-Mira mami, ¡Un desfile de perritos!
¿Un desfile de qué? Me giro sin entender muy bien de que hablaba ese crio y me quedo anonadada. ¡Todos los puñeteros perros que habían hecho guardia delante de la puerta de mi casa en la última semana, estaban andando detrás de mí en fila india! Estaban todos y hasta puede que alguno más, aquello no me podía estar pasando. Si salir a pasear por el parque cuando has dicho en el trabajo que estás enferma es una mala idea. Hacerlo con un desfile de perros detrás de tuya es aún peor.
Tenía que hacer algo, no podía seguir paseándome por el pueblo con una legión de perros detrás de mí. Tras considerar mis opciones intenté varias cosas:
Intenté asustarlos:
-¡Fuera, fuera bichos, Iros a vuestra casa!-Mientras les gritaba agitaba los brazos arriba y abajo con la esperanza de que se asuntaran.
No surtió efecto, los perros se paraban al mismo tiempo que yo y se sentaban esperando pacientemente a que yo reiniciara mi marcha. Es más, creo que si fuera posible que los perros se rieran, estos lo habrían hecho.
Intenté usar la violencia (más o menos, es que me daban penita) Cogí un palo e hice el ademán de ir a golpearlos. Fracasé miserablemente ¡Es que eran muy monos!
Viendo que las actuaciones drásticas no funcionaban, decidí ser considerada aún más rara y dialogar con ellos.
-Por favor, de verdad ¿Os importaría iros a vuestra casa? Intento pasar desapercibida ¡Y me lo estáis poniendo muy difícil!¾La imperturbable mirada de los canes siguió siendo así, imperturbable.
De manera que hice lo único que no había intentado, que realmente hubiera querido hacer desde el principio. Salí corriendo.
Si alguna vez pensaste que habías visto algo cómico y surrealista es que no me has visto a mí corriendo y gritando como una loca por todo el parque con una manada de perros detrás. Cuanto más corría yo, más corrían ellos ( podrás pensar que el hecho de que yo corriera más que los perros es ciertamente improbable a menos que yo sea una campeona olímpica de los cien metros lisos. Pero lo cierto es que misteriosamente los perros no parecían interesados en superarme, sólo querían seguirme allí donde yo fuera) y al ver que me seguían corriendo yo me asusté y comencé a gritar.
-¡Dejarmeeeeeee! ¡Irooooos, por favoooor!
Y cuanto más gritaba yo, más ladraban ellos. Desesperada por hacer que esa surrealista situación cambiara no se me ocurrió otra cosa que esconderme en la caseta del parque infantil (vale, ya sé que eso no tiene sentido, ni pies, ni cabeza. ¿Pero qué lo tenía en toda esa historia?) Así que allí estaba yo una mujer adulta de casi veintinueve años, vestida con chándal, sudada por tanto correr y con una cría no mayor de cuatro años mirándome alucinada, como si me hubiera salido dos cabezas más.
-Hola pequeña, ¿Te lo estás pasando bien?
La niña rubia (porque no sé si lo he dicho antes, pero era una niña de anuncio: rubia, ojos azules, vestida de pies a cabeza de rosa) se limitó a mover la cabeza afirmativamente. El hecho de que yo estuviera allí encogida y avergonzada, tuvo que ser todo un impacto para ella. En eso se me ocurrió que esta niña tan mona podría servirme de espía del exterior y avisarme cuando las bestias se dieran por vencidas.
-Veras monilla, necesito que me hagas un favor muy, pero que muy importante. Fuera hay unos perros muy pesados y me estoy escondiendo de ellos. ¿Te importaría asomarte y decirme si ya se han ido?
La niña que era todo un encanto, asomó su pequeña carita por la ventana, y si la había visto sorprendida, no había palabras para describir su cara cuando se asomó a dicha ventana. Sólo diré que no conseguía cerrar la boca, y que pasado casi un minuto, no hacía más que mirarme y mirar por la ventana completamente alucinada. O mucho me temía o mis amigos estaban por la zona. Tras varios minutos más escondida decidí reuní el valor suficiente y animarme a mirar. ¡No me lo podía creer! ¡Estaba rodeada! Todos los perros que me habían seguido por media ciudad ahora estaban sentados alrededor de la casa, mirándola fijamente y claro está toda la gente que estaba en el parque y que me habían seguido al verme correr como una posesa también estaba allí.
-Cariño-le dije a la niña-creo que es mejor que salgas y te vayas con tú mamá.
La niña bendita sea, me hizo caso inmediatamente y allí me quedé yo sola, sin saber qué hacer y completamente abochornada. Tenía que salir de allí, pero ¿Cómo? ¿Cómo salir sin que todas esas bestias comenzaran a ladrar y seguirme de nuevo, o sin que toda persona viviente se diera cuenta de que el motivo de que todos esos perros estuvieran allí era yo? ¡Ojala se pusiera a llover! ¡Siii, eso es! Si deseaba que se pusiera a llover, tal y como se había desarrollado la semana, caerían chuzos de punta.
Me agaché, cerré fuertemente los ojos y lo desee con todas mis fuerzas.
Que se ponga a llover, que se ponga a llover, por favor, por favor, por favor ¡Que se ponga a llover!
No había terminado de pensarlo cuando se desencadenó la madre de todas las tormentas, un manto de agua cayó sobre el parque, el sonido de truenos hicieron retumbar la caseta y el la luz de relámpagos inundo el cielo.
Como es evidente todo el mundo salió corriendo para guarecerse. Por si te lo preguntabas, no, los perros seguían allí. Pero ya no me importaba, salí de la caseta permitiendo que la lluvia me empapara. Ya no me preocupaba que una docena de perros me siguiera a todas partes, ni que el simple hecho de desearlo con fuerzas hubiera (presumiblemente) provocado una tormenta aparentemente imposible. Lo único que sabía es que el agua helada caía por mi cara y mi cuerpo y que me sentía liberada.
Comencé a reírme completamente feliz, solté mi pelo de la cola de caballo que lo tenía sujeto y giré sobre mi misma con la cara vuelta hacía el cielo. ¡Dios, que bien me sentía! Al mirar a mi alrededor los chuchos estaban haciendo lo mismo y giraban sobre sí mismos, realizaban divertidas cabriolas y piruetas ¡Todo era genial!
-Bueno chicos, ya que no pensáis dejarme tranquila ¿Qué os parece si volvemos a casa?
Cuando me dirigía a mi casa, completamente empapada y con una jauría de perros pisándome los talones, me pareció ver a un hombre entre los árboles. Fue una fracción de segundo, pero juraría que también lo había visto sonreír.
Sábado 30 de octubre, EL PRINCIPIO DEL FIN: Cuando era pequeña, el día de mí cumpleaños mi madre preparaba un desayuno especial (generalmente tortitas con sirope de chocolate, me encantan las tortitas con sirope de chocolate) y ella, mi padre y mi hermana mayor me despertaban cantándome cumpleaños feliz. Era el único día en el que yo era cien por cien protagonista, me dejaban desayunar en la cama, mamá preparaba mi comida favorita y se me permitía hacer todas aquellas cosas que durante el resto del año, o bien se me tenían prohibida o provocaba una mirada reprobadora en el rostro de mi madre. Ese día también venía mi abuela Minerva y nos llevaba a mi hermana Mery y a mí al parque, nos contaba historias de cuando mamá o ella eran pequeñas, y después de la fiesta de la tarde, justo antes de irse de casa siempre me hacía la misma pregunta. Susi, ¿Te sientes distinta?¿Te ha pasado este año algo fuera de los normal? Decididamente este año tendría que decirle lo diferente que me sentía.
Como ya no estaba mí madre para que me hiciera tortitas, en lugar de tomar mí acostumbrado tazón de cereales rico en fibras, me lie la manta a la cabeza y saqué del fondo del armario de la cocina un paquete de galletas oreo bañadas en chocolate negro, me prepare un enorme vaso de leche y me dispuse a disfrutarlas.
La primera temida llamada del día llegó cuando apenas había pasado las diez y media de la mañana.
-Susi nena ¡Feliz cumpleaños! ¡Ya tienes veintinueve añazos!
En serio ¿De verdad es necesario añadía la palabra añazos (que no creo ni siquiera exista) a la de veintinueve? ¿Es qué no tienen compasión?
-Hola mamá, buenos días a ti también, gracias por felicitarme tan efusivamente.
-Oh cariño ¡No hay porque darlas!
Vale, mi madre es incapaz de pillar una sutileza y mucho menos una ironía, ni aunque ésta le estalle en la cara.
-¿Qué planes tienes para hoy cariño?
Vale, en este momento podría decirle que pienso quedarme todo el día encerrada en mi casa, con mi suministro de chucherías, comida basura y chocolate. Mientras leo una novela romántica, o veo alguna comedía romántica (señor, que patética soy) No obstante, como es mi madre, la quiero, no quiero herirla y además sé de sobra que si le dijera algo así se colaría en mi casa y me sacaría a rastras le digo:
-Pues ahora mismo estoy desayunando, después voy a darme una ducha de una hora y media, me voy a acicalar. Y después he quedado para comer con Lou en el centro, antes de acudir a la fiesta.
-Genial tesoro, te esperamos en el club social¾Sí, la fiesta es en el club social de mis padres. Es la única concesión que logré tras discutir con todos ellos más de media hora. Nada de fiesta de cumpleaños en MÍ casa¾ponte muy guapa, hemos invitado a algunos solteros.
Jodeeer, Señor si estás ahí arriba, mátame antes de que pase por ese calvario (una vez dicho eso, recuerdo el episodio del parque) ¡No Señor, no he dicho nada! ¿Vale? Nada de nada.
-Mamá, prométeme que intentarás liarme con el hijo de ninguna de tus amigas. Por favor.
-Oh cariño tengo que dejarte. Acaba de llegar tú abuela, te veré esta noche.
Genial, ahora no sólo acudiré a una fiesta que no quiero. Además tendré que pasarme la noche rehuyendo a los posibles candidatos de mi madre ¿Podría ser peor?
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